Ya escribí en algún post anterior acerca de una relación de pareja complicada que viví. Realmente, estaba tan empeñada en que funcionase que me devanaba los sesos pensando qué podría estar fallando para todo fuesen problemas que, según la otra parte implicada, provenían de mí. Tanto me creí sus palabras que empecé a darle vueltas al asunto de cómo mejorar. Pensé, leí, consulté, pedí consejo, probé y cambié cien veces de actitud para intentarlo nuevamente.

Busqué todo lo que podía mejorar como persona: ser más atenta y agradecida, escuchar más y mejor y quejarme menos.

Mejoraba mi actitud en los puntos en los que era criticada y era consciente de ello porque me implicaba con voluntad. Pero no daba resultado. Los problemas continuaban y la razón parecía seguir siendo yo. Así que me decidí a aprender más sobre la vida en pareja, sobre las relaciones personales: activé mi comprensión, mi flexibilidad y comunicación. ¡Caray! Ahora no había nada que pudiese salir mal. Pero… vaya…  Salvo pequeños momentos de tregua, la relación hacía aguas nuevamente y la culpable del agujero, para no variar, era yo.

Tanto me perfeccioné de forma consciente que, al ver que todo ese esfuerzo caía en saco roto, empecé a pensar  (como ya había imaginado con anterioridad, pero siempre me gusta cuestionarme y no creerme con la verdad absoluta) que quizás el problema no estaba tan de mi lado como parecía. En realidad, antes o después de ningún cambio las cosas iban igual de mal o parecido.

Quizás, el problema era que no se podía ofrecer miel al cerdo y esperar que este la apreciase.

Cuánto tiempo perdido haciendo cambios y esfuerzos para alguien que, hiciese lo que hiciese, nada le valía. Era imposible satisfacer sus estándares que, curiosamente, él estaba muy lejos de cumplir.

Pues un día me desperté, y todas esas cosas que había aprendido tuvieron su efecto. Cogí y me largué. La otra persona se sorprendió y me miró incrédula: “Siempre intentándolo, siempre detrás y resulta que ahora te vuelves loca y te vas”, debió de pasar por su mente.

Esto pasa muchas veces. Cuando uno va cambiando, cuando uno va aprendiendo y se mueve, los que permanecen agarrados a sus posturas parecen sorprendidos ante cambios raros y repentinos. Porque esas personas siempre van a decir lo mismo y a esperar lo mismo. Siempre pegadas a sus miedos o sus vicios los repetirán una y otra vez camuflados de diferentes formas.

Así que, mientras salía por la puerta, me vino a la cabeza la frase de la canción Turnedo de Iván Ferreiro: “Estudié mientras dormías”.  

No había cambiado de la noche a la mañana. Había estudiado mientras él dormía. Y dormir en un sentido metafórico porque el que cierra su mente está dormido. No hace falta que cierre sus ojos. Todos los seres humanos que andan distraídos de su propio ser están dormidos. Puede pasar la mejor oportunidad delante de sus narices y seguirán roncando.

Bueno, todo lo que estudié mientras él dormía me sirvió para mí misma. Mejoré cosas que quizás ni siquiera nadie más me hubiese pedido mejorar, pero que, de algún modo, supe valorar como capacidad de dar. Estiré mis límites y con ello me expandí. Y también me sirvió para aprender a marcarlos y a  no cargar con responsabilidades de otros. Aprendí que si haces tu parte y no se producen frutos es que quizás estás sembrando el lugar equivocado (sobre esto escribiré otro post). ¿Qué aprendió la otra persona? Nada. Quien es dueño de la verdad absoluta no necesita cuestionarse.

Todo lo que estudiéis mientras los demás duermen tendrá un valor incalculable.

Todo lo que estudiéis mientras los demás duermen tendrá un valor incalculable y no me refiero a horas en vela para aprobar un examen. Me refiero a la diferencia entre estar despierto en la vida, o vivirla dormido. Entre la diferencia entre moverse hacia adelante con cada experiencia y la de quedarse agarrado a la comodidad de la cama. Entre la de examinar los frutos de tus acciones y valorar hacer cambios o quejarse de los resultados obtenidos de forma pasiva.

“Estudié mientras dormías
y  aún repaso las lecciones,
una a una, cada día”

(Turnedo – Iván Ferreiro)
(1) Otros post relacionados con la misma historia son Si no hay víctima, no hay verdugo y Consejos de personas que no se aconsejaban a sí mismas.