El peso de los pensamientos

Desde muy pequeña me gusta limpiar, ordenar y poner las cosas en un modo que yo considero armónico. Allá donde voy llevo mi método. Organizo de manera que no cueste encontrar o alcanzar nada y si puedo seguir la lógica de los colores, tipos o medidas, más feliz no puedo ser. Sufro grandes tentaciones de reordenar y limpiar incluso hogares ajenos. Un cuadro torcido, por ejemplo, es una fuente de ansiedad para mí.

​Lo que me aporta el orden es la tranquilidad de saber que todo está donde tiene que estar. Y es ahí que mi mente me ha jugado malas pasadas: a base de hacer con los pensamientos lo mismo que con las cosas, la búsqueda de orden y lógica me hizo llegar a conclusiones equivocadas en vez de darme tranquilidad. Durante etapas de mi vida he estado bloqueada porque que las conclusiones las tenía de antemano y, por tanto, abortaba la experiencia. Mi mente ordenaba con la siguiente coherencia: “si hago A, me llevará a B en función de esta experiencia pasada en la que A me llevó a B”. Por tanto, si la experiencia pasada era negativa ni siquiera me atrevía a intentarlo de nuevo. Y es que mi cabecita no se daba cuenta de que la “yo” de aquel momento y situación concretos no se repite jamás mientras que la “yo” presente y las circunstancias actuales siempre ofrecen una posibilidad de cambio. Y para eso hay que soltar el lastre del pasado y el de los pensamientos conclusivos limitadores.

En el fondo, siempre he luchado contra mi mente pensadora y a escondidas de ella he emprendido acciones que han dado lugar a grandes cambios.

La vida es muy simpática y para compensar me ha ofrecido experiencias de lo más inesperadas. En el fondo, siempre he luchado contra mi mente pensadora y a escondidas de ella he emprendido acciones que han dado lugar a grandes cambios. A veces a mejor, a veces a peor. A mi entender, al existir esta reñida lucha entre mi mente conclusiva y mi intrépido corazón aventurero, las cosas han salido un poco estrambóticas a veces. Mi corazón deseaba vivir las experiencias que mi mente no estaba preparada para digerir. Al pecho le oprimía el peso de los pensamientos. He saboreado momentos de gloria cuando ambos se han puesto de acuerdo, pero a esa victoria de la vida le ha sucedido la sombra de una nueva batalla pues ambas partes volvían muy presurosamente a defender sus terrenos en cuanto veían que la otra atravesaba sus dominios.

Ahora, después de tanto tiempo siento y creo que se han dado la mano e un acuerdo definitivo en el que ambas se han comprometido a respetar la experiencia (y sus múltiples resultados) como fuente de conocimiento. A dejar fuera culpas del pasado, a entender los miedos, a crear, a pasar a la acción y a aderezarlo todo con sentido común sin perder la magia de la improvisación. Sobre todo también, a procesarlo todo por una fuente de conocimiento ajena a ellas, una especie de árbitro que no pierde o gana en función de ninguna, pero que conoce al dedillo las reglas de juego y vela por su respeto. Porque si juegas al juego de la vida con sus reglas inherentes y naturales, la vida se divertirá contigo y se ordenará sola. Si quieres clasificarla por colores y tallas será tan cuadriculada que te ahogará entre las cuatro paredes que tu propia mente ha creado.

Porque si juegas al juego de la vida con sus reglas inherentes y naturales, la vida se divertirá contigo y se ordenará sola.

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Imagen que ilustra el post: autor Tania Alonso 

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