Llevo varios días intentando escribir un post acerca de mis impresiones sobre la gestión de la pandemia del coronavirus – Covid-19 – en España y otros países, pero hoy he llegado a la conclusión de que no puedo llegar a ninguna conclusión. Así que aceptando mi realidad socrática o cartesiana, procederé a explicar el porqué de todo esto.

Han dicho que nos tenemos que quedar en casa por el bien de todos y hemos aceptado. Como consecuencia de esto muchos han perdido sus empleos, otros sus negocios y otros han agravado situaciones ya precarias. La salud física y mental también se está resintiendo más allá del virus. No cuestiono que haya que aceptar los “golpes” de la vida para luego sobreponerse. Lo que me cuesta aceptar es toda esa desinformación camuflada de información y otros tantos detalles escondidos de forma voluntaria.

Hemos dado poder de forma supuestamente libre a otros para que decidan por nosotros. Pero estando inoculados para tener ciertas tendencias de pensamiento y no otras… ¿De verdad hemos ejercido nuestra libertad para elegir a nuestros representantes? Lo mismo para esta situación: ¿aceptamos lo que se nos dice porque de verdad sabemos que es lo mejor o porque nos han convencido de ello?

Yo no sé qué es lo mejor. No lo sé porque no soy una entendida en el tema de la gestión de pandemias. Pero por lo menos agradecería haber tenido la oportunidad de ser entendida en algo. La educación que se proporciona en España no sirve de gran cosa para el mundo, seamos sinceros. Saber la biografía de los duques de Saboya, multiplicar polinomios y llamar angiospermas a las plantas con flores no me solucionan ninguna papeleta esencial. La educación ofrecida en España es un reflejo de la información proporcionada en los medios: una saturación de datos innecesarios y poco prácticos. Una invitación a la pasividad y a la absorción de información en vez de a la reflexión y a la observación.

Una invitación a la pasividad y a la absorción de información en vez de a la reflexión y a la observación.

Y aquí me encuentro como me encontraba ante las raíces cuadradas con decimales, que me las dan y no sé para qué sirven, o todas esas fechas que había que memorizar ocupando espacio en mi cerebro. No digo que no tengan su utilidad, la tienen, pero en su contexto. Y yo no quiero que me convenzan, yo quiero que me expliquen. Yo no quiero repetir como un loro, yo quiero entender. Y la verdad, no entiendo nada de esto del coronavirus.

Me han convencido (o querido convencer) de que hasta ir a dar un paseo por el monte en estos tiempos es de mala persona. Y han convencido a otros de que deben sacrificar sus negocios y bolsillos para “salir juntos adelante”. En otros lugares, por el contrario, están convenciendo de que no es para tanto y de que es hora de volver a poner a funcionar la rueda. Y en función de lo que se hable la gente va sin distinguir entre  acción y reacción, entre hacer y obedecer.

Sobre el mal funcionamiento de la rueda también hablan algunos, pero nadie hace mucho caso porque no compensa. El baile de cifras es también para estudiarlo dentro de cada país y entre países. Parece que los hay muy preparados o que guardan secretos en la manga. Hay tantas teorías que en vez de arrojarse más luz, cada vez se vuelve más turbio. 

Personalmente, tengo muchísimas dudas sobre la gestión de todo esto y hasta me veo obligada a sentirme radical por ello. Porque parece que cuestionar es malo. Pero a mí me parece peor, visto lo visto, no hacerlo. ¿Podría haberlo hecho yo mejor? Lo dudo, porque no tengo pajolera idea de pandemias como he dicho antes. Pero se supone que lo están gestionando expertos en política y salud y yo lo que veo es mucho desastre para ser una cuestión tan llena de entendidos. ¿Que solo me quejo y no propongo nada?… ¿Y qué voy a proponer nada si nada sé?

Lo que quiero decir es que a los que estamos con la mosca detrás de la oreja se nos pide ir más allá de las quejas y proponer cosas en caso de que las decisiones no nos gusten, pero si nos han quitado todas las herramientas para poder hacerlo (y no solo ahora sino desde niños), ¿qué puede proponer una persona que ignora? Somos tan ignorantes que ni siquiera podemos quejarnos de nuestra ignorancia porque se nos ha convencido de que nuestra estupidez es propia y no debida a un acto de robo deliberado. Por lo menos, y como acto de dignidad, he decidido no aplaudir mi ignorancia en el balcón como si supiese algo.

Imagen que ilustra el post: Demonio sentado en el jardín de Mijaíl Vrúbel