Ni empecé a apreciar las pequeñas cosas, ni me di cuenta de la importancia de los que me rodean, ni me superé a mi misma y ni siquiera dediqué más tiempo a cocinar. Visto así, se podría decir que el tiempo que llevo confinada no ha servido para nada. No me llevo ninguna lección de esto y, salvo acomodar un poco los horarios, ni siquiera he cambiado de hábitos.
He visto a la gente muy empeñada en verle el lado positivo a todo esto, así que qué nombre le ponemos al balance que acabo de hacer: ¿desastre?, ¿desperdicio de oportunidad?, ¿pesimismo?
En realidad, para mí, significa todo lo contrario. Y lo es porque doy gracias por no necesitar una adversidad para darme cuenta de las pequeñas cosas y apreciar lo que me rodea: tanto personas como lugares. Tampoco necesito una situación así para agradecer tener una casa, agua caliente, comida, etc. Es algo por lo que siempre me siento feliz. Durante algún periodo de mi vida tuve la oportunidad de vivir con mayores lujos pero nunca dejé de apreciar lo esencial porque, precisamente, lo otro es accesorio.
Este “parón del mundo” debido a la pandemia del coronavirus (Covid – 19) tampoco ha supuesto para mí una oportunidad para dedicarme tiempo, para reflexionar o estar más cerca de las personas que quiero. He buscado toda mi vida organizarme de tal manera que poder dedicarme atención y tiempo sea algo insacrificable y, aunque a veces lo prefiriese por comodidad, no consigo dejar de escucharme. Tampoco se me ha dado por compartir más mi tiempo con otros, nunca fui de poner excusas para estar o hablar con las personas con las que disfruto haciéndolo y no se trata de dar lo que sobra (ahora parece que sobra tiempo y aburrimiento) sino de tener claras las prioridades.
Es cierto, sin embargo, que he aprovechado para ampliar algunas destrezas y conocimientos. Pero es algo que también estaba en camino. Es decir, lo nuevo que he introducido ya estaba fraguándose, no ha sido un copia y pega porque alguien me lo aconsejó por televisión. Nunca suelo hacer mucho caso de los consejos, sino más bien de mis sensaciones interiores, así que si me interior me hubiese dicho que lo mejor que podía hacer era pasarme el día durmiendo lo hubiese hecho. A diferencia de la tendencia general, por el contrario, he usado menos el teléfono y las redes sociales porque es algo que solía hacer durante mis desplazamientos o salidas.
Alguien me podría decir: “Oye, pero estás escribiendo más en el blog”. Y yo digo, “Escribo en el blog cuando quiero transmitir algo, no necesariamente cuando tengo más tiempo”. Mi paseo diario, ahora restringido según la ley, sigue siendo en el mismo lugar de antes. No me he lanzado a los espacios al aire libre para redescubrir el canto de los pájaros, el olor de la vegetación o el placer del sol sobre la piel. Sigo disfrutando de mis visitas a la naturaleza exactamente del mismo modo en que lo hacía hace un mes y medio y me parece igual de maravillosa que antes.
Tampoco me estoy obsesionando con el valor de lo local y el consumo responsable ya que, como todo lo anterior, era algo ya incluido forma natural en mi vida. Ahora, como no hay alternativa, empieza a tener valor para todos. Como si fuese el anillo de oro olvidado por el ladrón que se llevó el resto de joyas. Antes, perdido entre otros diamantes no significaba nada, ahora cobra un nuevo valor porque es lo que queda. Quizás incluso ahora la gente se lance al campo apreciando el rural. Quizás las mismas personas que tanto se burlaban de los que “vivíamos en el medio del monte” (nací en una aldea, tuve que escuchar esta frase mil veces) ya no les parezca tan de paleto.
Bueno, todo esto para decir (y sin ánimo de creerme mejor que nadie, prometo que no van por ahí los tiros) que lo que estoy viendo es mucho autoconvencimiento impuesto buscando lo mejor de lo peor.
Cuando uno recoge lo mejor de lo peor lo puede hacer como lección propia, y eso está muy bien para el crecimiento personal. Pero cuando recoges lo mejor de lo peor porque no te queda otra no es más que… ¿cómo decirlo? ¿Mentirse a uno mismo?
¿Qué vas a hacer? ¿Reconocer que es un desastre? ¿Que cualquier cosa hubiese sido mejor que esta debacle? ¿Que el yoga, las recetas, jugar con tus hijos más de lo habitual y aprender algo nuevo siempre estuvieron ahí y que ahora te da por santificarlos? Supongo que eso sería ver muy de frente a la frustración, la rabia, la tristeza y admitir que, en realidad y para la mayoría, las cosas buenas obtenidas de esto no reemplazará jamás, ni de manera ínfima, lo perdido: personas, libertad, maneras de ganarse la vida, dinero.
Por todo esto es que este tiempo de encierro no ha significado nada para mí salvo renunciar a cosas con las que disfrutaba y perder ingresos económicos. Tampoco voy a mentir y decir que al menos me ha servido para demostrar mi responsabilidad ya que, al ser impuesto, todos sabemos que se ha tratado más de obediencia que de compromiso, (no porque no sepamos ser responsables, sino porque no se nos ha dado opción).
Sí, amigos, soy una paria, no tengo nada que vender, nada que me haga aprovechable. O quizás tengo un problema de rebeldía y no me gustan los premios cuando huelen a consolación.
Imagen que ilustra el post: El hijo del hombre de Magritte
Guau. Muy duro y directo y se nota el sentimiento de » yo tenía razon». Aún así ojalá se entienda la importancia de nuestras vidas y como la muerte, alegría y tristeza son parte del ciclo. Yo creo que el caos es un catalizador de la esencia de las personas y pues como lo planteas, cada quien entenderá lo que guste. Ojalá haya más empatía, emoción y comprensión en el mundo. 👍
Es así David, no quiero que suene a que estoy dando lecciones a nadie, sé que por el tono, a veces, puede parecerlo. Supongo que tenía ganas de decir eso, de decir: «amigos, a buenas horas, esto ya estaba aquí antes». Y es cierto, en el caos a veces uno se afana en construir su propio orden y eso siempre puede ayudar a revelar nuevas cosas y perspectivas. Gracias por tu comentario.