La mejor y la peor de las situaciones post-coronavirus

Las siguientes conclusiones son algunas ideas que me han venido a la cabeza durante estos días de confinamiento debido a la pandemia del coronavirus (Covid-19). Es un post escrito desde el fluir de una imaginación libre y sin intención de acertar o desacertar ni de basarlo en datos, fuentes o precedentes.

Mi “yo” más idealista, esperanzado y creativo (que emana de mi esencia más pura) expondrá una visión; y mi “yo” más realista (que bajó a la tierra a base de las bofetadas crueles que la vida le dio) expondrá otra.

VISIÓN IDEALISTA

De esta manera, mi parte más idealista percibe que la globalidad y transversalidad de esta crisis podría también repercutir en soluciones globales positivas. Veo a presidentes poderosos preocupados, veo a personas de grandes negocios perdiendo millones, veo a importantes deportistas, artistas, etc. obligados a cancelar algunas de sus fuentes primarias de recursos. Por supuesto, lo que les sucede a estas personas no es en absoluto peor de lo que le sucede al que ya de por sí tenía una vida mísera, pero ya no es el típico problema que muchos privilegiados pueden ver desde la barrera. Además, precisamente, estamos hablando de que se han tocado esferas de dinero y poder así que si alguien puede hacer algo, quién mejor que quien tiene los medios.

A lo mejor, los hay que siguen creyendo que las sociedades funcionan mejor polarizadas: por ejemplo, rico-pobre. Pero creo que, a día de hoy, se ha demostrado que una sociedad con dinero y “feliz” (aunque sea una felicidad entrecomillada) es más consumista, menos dependiente y, por tanto, más beneficiosa en términos económicos. Si para evitar que se empobreciese la población en general, se pusiesen recursos en marcha para blindar ciertos sectores y mejorar las rentas, eso ya sería un grandísimo paso. Al fin y al cabo, tantos servicios que funcionan en este mundo dependen de una gran masa de trabajadores que, ahora mismo y, sobre todo en ciertas partes del mundo, están  en riesgo extremo de que se desbaraten sus ya delicadas economías y unos arrastran a otros.

  • Así que, por un lado, la sanidad, la educación e las infraestructuras deberían ser gestionadas como prioridades y derecho gratuito universal. Se ha comprobado la importancia de contar con un ratio alto de camas en hospitales por habitante y la necesidad de tener medios y protocolos preparados. Una colaboración más solidaria entre naciones (que hasta ahora ha costado ver) podría ayudar a igualar condiciones de acceso a una sanidad robusta.  
  • Por otro lado, se demuestra una y otra vez que las masas que viven al límite y que quedan desamparadas en circunstancias como esta, suponen una inversión grande de recursos que no se quisieron destinar en su momento. Si se trabajase en mejorar las condiciones de vida de poblaciones, se evitaría que en circunstancias de dificultad se tuviese que cargar con todo el soporte económico de atender a una ciudadanía que no posee bienes ni ahorros suficientes para sobrellevar recesiones sin caer en la miseria y el desamparo. Si lo de la renta básica universal sigue sonando demasiado arriesgado, por lo menos convendría favorecer que los salarios mínimos y llevar un nivel de vida digno no estuviesen a tanta distancia, sobre todo en las grandes ciudades donde los gastos pueden llegar a ser sobredimensionados respecto de algunos sueldos. Estoy hablando  de que, especialmente, el acceso a la vivienda, el pago de las facturas de consumo básicas y los alimentos no suponga una aventura hipotecaria a cincuenta años o el sueldo íntegro del mes.
  • Asimismo, se podría trabajar en equilibrar ciertas hipertrofias que actúan como motores económicos. La vida me ha enseñado que no es muy buena idea poner todos los huevos en la misma cesta. Vivir solo del turismo (o de cualquier otro sector) es un riesgo y crea otros desequilibrios a su vez.  Quizás sería  hora de hacer trabajar un poco la imaginación y en vez de ir a lo fácil y rápido, permitir y facilitar negocios más variados para lo que conviene  aligerar la vida de los emprendedores más modestos en vez de poner tantas trabas de permisos y tasas.
  • No estaría mal tampoco que más de un país valorase su dependencia del exterior y, sin caer en nacionalismos o autarquía extrema, viésemos formas de gestionar los propios recursos de manera que no se pueda caer en el desabastecimiento de lo esencial en casos como el presente.
  • Podríamos, por último y entre otras cosas, volvernos más conscientes sobre nosotros mismos como parte de la Naturaleza. Aprender a bajar el ritmo sobreacelerado que a veces llevamos, a valorar lo importante de verdad, a darnos cuenta de que vivir en un piso de minúsculo no es vida y que, en general, llevamos muy mal la soledad y la falta de ruido. Es momento de escucharnos a nosotros mismos,  de conectar con nuestras necesidades más profundas y verdaderas y establecer un contacto más harmonioso con la naturaleza para seguir viviendo gracias a sus recursos pero sin machacarla.

Quizás, en definitiva, esta experiencia nos podría servir para construir un mundo en el que los servicios básicos estén garantizados y en el que no se den grandes desequilibrios. Donde los motores económicos sean variados y vanguardistas a la vez que evitan crear grandes impactos en la naturaleza. Una oportunidad para ganar en calidad de vida: mejor poco y bueno que mucho mediocre o malo. Para ver que si quedarnos enlatados en nuestros miniapartamentos, con nuestras millones de cosas inútiles y con gente a la que quizás ni queremos de verdad o con nuestra soledad se nos hace insoportable, es una cosa sobre la que reflexionar .  Se trataría, básicamente, de llevar los deberes al día para evitar que si hay examen sorpresa no te sepas el temario y suspendas trágicamente.

VISIÓN PESIMISTA

Por otro lado, claro está, todo podría a peor (me dice mi “yo” más pesimista). Hay gente poderosa perdiendo dinero, pero esa gente poderosa tiene los recursos para cambiar de rumbo y adaptarse. Antes de preocuparse demasiado sobre cómo resolver los problemas generales de raíz, posiblemente solo se preocupen de resolver los suyos en particular.

  • También ya hay sectores que se están enriqueciendo. Todo un clásico entre ellos: las farmacéuticas. En mi cabeza, no sé por qué, no las veo como salvadoras, sino frotándose las manos beneficiándose de situaciones como esta del mismo modo que lo hicieron en pasado con otras vacunas para otras enfermedades que también generaron mucho pánico y que, al final,  permanecen inútilmente guardadas en tantos cajones.
  • Al resto de la población se le venderán productos considerados de nueva necesidad como mascarillas, guantes y geles a un sobreprecio alarmante. También un montón de servicios y productos para estar en casa. Las casas se convertirán en gimnasios, parques, escuelas, lugares de trabajo y circos si hace falta.
  • A parte de todo esto, se ha demostrado que la gente ha obedecido a los gobiernos en esta restricción de libertad sin precedentes.  Puede que algunos sigan probando a saltarse las medidas de confinamiento, pero la realidad es que la mayoría de la población ha acatado. Ha surgido en esta situación un nutrido grupo de personas a las que yo denomino “secuaces del miedo” y que no paran de querer establecer la justicia por su mano vigilando que todo el mundo sea tan “ciudadano ejemplar” como ellos. Estoy viendo comentarios muy preocupantes de personas pidiendo que se haga un despliegue más autoritario en el asunto con incluso con penas de cárcel para los que no respetan lo decretado. Personalmente, estas personas me dan más miedo que le virus. Están a un paso de abrazar regímenes totalitaristas y quizás haya gobiernos que si las cosas no van a mejor decidan dar más pasos en este sentido y, mientras haya gente que les aplauda, las democracias que tanto nos ha costado conseguir podrían irse difuminando. La intervención paternalista del Estado, a cambio de cuidarnos, nos exigirá portarnos como niños buenos e ir siempre de la mano.
  • Otra tendencia que me resulta preocupante es que el control está llegando a la intimidad. Lo de aceptar las cookies se queda en una broma en comparación con esa app que se valora instalar en los móviles para detectar los desplazamientos de los enfermos. De aquí a instalarnos el chip como a los animales para tenernos continuamente identificados y geolocalizados quizás no haya que dar tantos pasos. Si después del 11-S en los controles de seguridad de los aeropuertos a todos nos tratan como potenciales terroristas,  imaginaos lo que puede derivar de una histeria colectiva global relacionada con la salud. Tendremos nuestro DNI clavado bajo la piel y la serie Black Mirror parecerá más real que nunca. Todo se volverá telemático, seremos ordenados como fichas de dominó y poco a poco iremos dejando de tocar el dinero y a las personas.
  • También puede que plazo a plazo y rebrote a rebrote, nos vayamos amoldado a la gallega con “es lo que hay”. Los gobiernos reconocerán que no pueden hacer más de lo que hacen, muchas pequeñas y medianas empresas se hundirán y los pobres serán más pobres. Pero todo se hará así como poco a poco y con la aceptación de que no hay alternativas. La obediencia, el aburrimiento y la resignación nos convertirán en seres tristes que deberán adaptarse al modo subsistencia. Puede que crezca, en vez de solidaridad, recelo y odio entre nosotros. Como bien decía el título de un álbum de El Último de la Fila: “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”. Si se agravan las deudas lo de invertir en servicios básicos como la sanidad seguirá siendo un sueño y con suerte de que no se imponga el racionamiento de productos si persiste el miedo entre fronteras.

Y hasta aquí algunos puntos de vista en positivo y en negativo de esta crisis. Claro que, la realidad es inabarcable y bastante impredecible. Así que también son probables otras situaciones.

POSIBILIDADES NO EXTREMAS

Puede que esto pase y que no sea tan grave como parecía. Que se trate de una enfermedad como tantas otras que se cobrará sus víctimas al año y que las cosas empiecen a recobrar su normalidad a medida en que se vaya frenando la expansión del contagio y se desarrollen medicamentos y vacuna.  

Sin dejar de ser evidente que habrá muchas consecuencias a nivel económico por el parón, puede que la vuelta a la normalidad se vaya haciendo con la calma posible y con el apoyo económico de las instituciones (aunque resulte un proceso lento y generado a base de nuevas deudas y, posiblemente, insuficiente para rescatar del bache a muchos negocios y familias).

Puede que nos volvamos más temerosos y quizás cojamos el hábito de guardar más las distancias con las personas y nos preocupemos más por la higiene. Quizás ya no nos molen tanto las aglomeraciones.

Puede que sigamos en la línea de la digitalización y robotización de los procesos. Cada vez más para todo existirá una posibilidad telemática, especialmente transacciones, trabajo y servicios.  

Con un poco de suerte, también puede continuar esa consciencia que ya estaba funcionando en muchas personas acerca de que se tenían que crear formas más amigables con la naturaleza y un consumo más razonado y sostenible.

Quizás también, todo esto se olvide pronto y ya ni nos acordaremos de por qué hacemos lo que hacemos. Para mí esta situación difícil, como lo son todas, es una oportunidad para la reflexión y la consciencia de mis acciones presentes y futuras, incluso aquellas que se quieren escurrir en el inconsciente.

Por mi parte, sigo pensando que cuántas más patas le pongamos a la mesa, menos probabilidades hay de que se caiga y que cada una de esas patas las conformamos las diferentes partes de las que se componen las sociedades modernas. Es decir, solo es posible la mejora en colaboración y el destino nos ha presentado una buena oportunidad.

Imagen que ilustra el post: obra de Tiago Hoisel inspirada en La tentación de San Antonio de Dalí

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