Una de mis técnicas para soportar situaciones o periodos en los que me veo haciendo algo que no me gusta (entiéndase un sacrificio más o menos puntual con vistas a obtener un beneficio mayor) es hacer una cuenta atrás.

Cuando accedo a un trabajo que no me gusta para obtener dinero, hago una cuenta atrás de las semanas que quedan para que se acabe el contrato (busco que sea temporal). Si vivo en una casa en la que dejo de sentirme cómoda,  cuento los días que me quedan para mudarme a otra que considere mejor. Si cualquier circunstancia desagradable se presenta en mi vida, cuento el tiempo que puede tardar en surtir efecto la solución que se me ocurra. La cuenta atrás me tranquiliza enormemente. Tiene el efecto de “no hay mal que cien años dure”. Necesito visualizar un punto y final fijo para que el esfuerzo puntual no se convierta en el hábito de vivir a disgusto.

La cuenta atrás me tranquiliza enormemente. Tiene el efecto de «no hay mal que cien años dure». Y mido cuidadosamente la duración del sacrificio en función del resultado que deseo.

Mido cuidadosamente la duración y la intensidad del sacrificio en función del resultado que deseo. Si, por cualquier circunstancia, supera el tiempo estimado y me veo obligada a soportar por más tiempo unas circunstancias que me resultan desagradables, incómodas o infelices, mi cuerpo empieza a hacer saltar las alarmas con síntomas físicos que me avisan de un desequilibrio energético. Tengo tendencia, además, a buscar siempre un plan B por si las cosas no salen como lo esperado. Toda previsión y cuidado es poco con tal de no prolongar situaciones de sobreesfuerzo pues considero que quiebran por dentro y por fuera.

Si me veo obligada a soportar por más tiempo situaciones desagradables, incómodas o infelices, mi cuerpo empieza a hacer saltar las alarmas con síntomas físicos que me avisan de un desequilibrio energético.

Pues bien, me ha sorprendido descubrir que muchas personas hacen estas cuentas atrás, pero con una duración tan amplia que, más que una cuenta atrás, resulta una agonía indefinida con pequeños paréntesis de recompensa. Hay personas que cuentan los días que faltan para el fin de semana… ¡durante toda su vida laboral! O los meses que faltan para las vacaciones… ¡todos los años! O lo que es peor, los años que faltan para… ¡la jubilación!

Hay personas que cuentan los días que faltan para el fin de semana… ¡durante toda su vida laboral!

Estamos hablando de dimensiones temporales que exceden sacrificios puntuales. Estamos hablando del hábito de vivir sacrificado, de vivir infeliz, de vivir inmerso en una cuenta atrás.

Esta idea se me quedó muy clavada durante mi experiencia en Dubai. Allí había muchos inmigrantes trabajando por salarios miserables para poder mantener a sus familias en sus países de origen. Era habitual ver a la gente contar los meses que faltaban para ver a sus familias una vez al año durante sus vacaciones (si es que las tenían). Una compañera de trabajo me decía que estaba planeado volver a su país de origen para vivir con su hijo… en un plazo de cinco años. Que no era feliz, pero que todavía necesitaba ahorrar más ¡Cinco años! Y ya llevaba otros ocho fuera de casa.

Las personas hablan de los años como si fuesen minutos y eso casi me hace entender porque he sido tachada de impaciente tantas veces. Recuerdo la última vez que me quisieron vender conexión a Internet en casa. Estaba interesada, pero al vivir de alquiler tenía mis dudas pues no sabía cuánto tiempo más estaría en aquel lugar (había conseguido un magnífico acuerdo con la inmobiliaria que se renovaba mensualmente, sin ataduras). El comercial me insistía que no me preocupase por la permanencia, que solo era de un año. ¡UN AÑO! Lo dijo como si fuese calderilla, es más, añadió:  “pasa volando, un año no es nada”. Le dije muy amablemente que no estaba de acuerdo, que en un año podían pasar muchas cosas. Precisamente, dos meses después terminé en el trabajo en el que estaba en aquel momento y en menos de un año desde aquella visita del comercial había recorrido Italia, Sydney y Dubai viviendo experiencias de lo más variadas.

Esto no es un oda a la inestabilidad. Lo que quiero transmitir es que hay que hacer un chequeo continuo de lo que es importante de verdad, de lo que nos hace felices y priorizarlo.

Con todo esto no estoy diciendo que haya que estar continuamente cambiando todo o vivir sin objetivos a largo plazo o planes. Esto no es un oda a la inestabilidad. Lo que quiero transmitir es que hay que hacer un chequeo continuo de lo que es importante de verdad, de lo que nos hace felices y priorizarlo. Que hay que darle al tiempo el valor que tiene porque la vida es eso: tiempo. Que los años son palabras mayores, que nunca seremos tan jóvenes como en este momento y que cada día de una cuenta atrás es un momento perdido si el objetivo es tan distante que los días pierden sentido. La esencia de la vida es vivirla en el momento, vivir para un futuro es construir en la nada. Vivir en una continua cuenta atrás no es más que deshojar la margarita contando los días que nos faltan para lograr esa felicidad que, en cambio, siempre estuvo al alcance de nuestra mano.

Vivir en una continua cuenta atrás no es más que deshojar la margarita contando los días que nos faltan para lograr esa felicidad que, en cambio, siempre estuvo al alcance de nuestra mano.

Imagen que ilustra el post: La Persistencia de la memoria (recortada) de Dalí.