La palabra “deseo” es un término que da mucho de sí a la hora de desgranar sus entrañas. Es un concepto tan humano que parecemos vivir en una contradicción, y mientras muchas filosofías de vida parecen pregonar que desear no es bueno, por otro lado nos invitan querer más y mejor en todos lados.

Y es que para estar seguros de que se está hablando de lo mismo, lo primero sería poner sobre la mesa qué se entiende por deseo. Por ejemplo, El retrato de Dorian Gray y Siddhartha son dos libros que giran en torno al deseo de sus protagonistas, pero el resultado es muy diferente. ¿Qué desea Dorian Gray y qué desea Siddhartha para que sus finales sean tan distintos aún habiendo tenido ciertos puntos de encuentro en determinados momentos?

¿Qué desea Dorian Gray y qué desea Siddhartha para que sus finales sean tan distintos?

Por lo general, he encontrado el concepto de deseo vinculado a la idea de deseo de lo mundano. Es decir, un encendido interés por las cosas/situaciones que nos proporcionan un bienestar más o menos pasajero. Es ahí cuando deseo y fuente de sufrimiento deciden darse la mano porque entran en juego emociones que nos hacen crear expectativas en el aire o asumir roles pasivos: me ilusiono, imagino, alimento mi ego, me apego, y un largo etc.(1)

Por lo general, he encontrado el concepto de deseo vinculado a la idea de deseo de lo mundano.

Desde este punto de vista, aunque el deseo pueda proporcionar momentos de goce, sin duda proporcionará otros tantos equivalentes (o más intensos todavía) momentos de sufrimiento: cuando no consigo lo deseado, cuando otros tienen lo que yo deseo; o lo que es peor, cuando pierdo lo que deseaba y que llegué a tener por un tiempo. Sin hablar de los que viven ahogados en su propio pozo de deseos buscando cubrir sus carencias mediante lo externo (que jamás será suficientemente perfecto pues no está hecho para encajar en esos huecos).

Bien, visto todo esto a mí también me pareció que mi vida sería mejor sin deseo, pero al mismo tiempo me descubría deseando, incluso deseando no desear. ¡Maldita sea! ¿Cómo se podía salir de esa rueda?  Entonces llegué a la explicación que Baruch Spinoza da sobre el deseo y me encontré con algo que daba sentido a lo que yo sentía. Spinoza define el deseo como nuestra voluntad de reproducirnos a nosotros mismos, de perseverar en nuestro ser. Es nuestra potencia de existir, un impulso hacia algo que debería sumar, hacernos crecer, más perfectos.

Me descubría deseando, incluso deseando no desear. ¡Maldita sea! ¿Cómo se podía salir de esa rueda? Entonces llegué una de las explicaciones de Spinoza en la que habla del deseo como un impulso hacia algo que debería hacer más perfectos.

No era la primera vez que leía una concepción positiva (por decirlo así) del deseo. Tantas personas que se sienten satisfechas con sus vidas y lo creado aconsejan, precisamente, escucharse a uno mismo y hacer caso de los propios deseos. Pero hasta ahora no había encontrado una explicación que me dejase tan tranquila, tan en paz con mis deseos y conmigo como la de Spinoza. Porque, hay que añadir, que Spinoza considera que los seres humanos no somos sino manifestaciones finitas de una sustancia infinita y eterna (llamada Dios o Naturaleza). Los deseos, por tanto, forman parte de nuestra naturaleza. No sería cuestión de eliminarlos, sería cuestión de entenderlos.

Los deseos, por tanto, forman parte de nuestra naturaleza. No sería cuestión de eliminarlos, sería cuestión de entenderlos.

Y aquí llegamos al maravilloso punto del autoconocimiento. Para tener una idea adecuada de nosotros y, por consiguiente, de nuestros deseos, debemos ser capaces de distanciarnos de todo ello usando la razón y la intuición. En este punto estaríamos hablando de la consciencia  y su funcionalidad en todo ello (puedes encontrar algunos recursos prácticos sobre este punto más abajo (2)). Somos humanos y el deseo mueve nuestra alma, ¿pero esos deseos suman o nos convierten en esclavos? Los deseos bien entendidos nos hacen crecer a través de la acción,  los deseos malentendidos restan y nos hacen padecer.

Los deseos bien entendidos nos hacen crecer a través de la acción,  los deseos malentendidos restan y nos hacen padecer.

Conocernos a nosotros mismos es conocer a dios manifestándose en nosotros (cuando digo “dios” no hablo en términos religiosos, sino de esa totalidad de la que formamos parte).

¿Qué deseamos?
¿Por qué lo deseamos?
¿Suma? ¿Resta? ¿Me hace actuar? ¿Me hace sufrir?

Debemos entender que nuestra naturaleza es pasajera y cambiante y lo mismo ocurre con lo que nos rodea. El apego a las cosas y a las personas no es más que un capricho humano queriendo negar su propia esencia y la de estas cosas.

Ok. Al menos ahora sabemos que hemos venido a este mundo a desear. Y sabemos también que ese deseo tiene que respetar unas reglas provenientes de su propia naturaleza para que dé resultados en positivo. Vigila los resultados de tus deseos y ahí entenderás si los estás usando para aumentar tu perfección o, por el contrario, padeciéndolos. Vigila si te provocan alegría o tristeza y vigila también si esa alegría es imaginativa y dependiente del exterior o si la puedes sentir muy adentro, perteneciéndote.

Si te cuesta empezar por ti siempre puedes analizar los resultados de los deseos de Dorian Gray y de Siddhartha.

Gracias Spinoza

> (2) RECURSOS PARA GESTIONAR LAS EMOCIONES

> (1) El deseo y el sufrimiento en el blog El Buda Curioso

Fuente principal:  Ética demostrada según el orden geométrico de Baruch Spinoza

Imagen que ilustra el post: In memoriam II de Frantisek Muzika